Trolls

Divinas y Hermosas echó el cierre hace unos días. Igual que con todos los blogs que han dejado de publicarse en este tiempo, procedo a eliminarlo de mi blogroll, en esta ocasión con el mismo espíritu con el que uno recoge los pedazos de un objeto al que tenía especial cariño. Las razones de ese afecto las conté en una entrada del 17 de marzo del año pasado titulada así, Blogroll, que pueden repasar pulsando aquí si lo desean, y a las que probablemente aludiré unos párrafos más abajo. Su puto amo, Honey Baby, explica en un emotivo post final las causas del cerrojazo, aludiendo al cansancio personal; en sus propias palabras: “cansada de tanta bobería pusilánime mal intencionada, cansada de un pretendido buenismo que es más feroz que lo malo malísimo”, refiriéndose obviamente a parte de la gente que pastaba por allí, hermanados en tantas cosas a los que zumban en otros tantos, tantos lugares de la red.

Habitamos el reino de los trolls y los frikis. Dominan el gobierno y la oposición, tienen el poder en los partidos de ámbito nacional y constituyen la esencia, el espíritu y la letra de las formaciones políticas pequeñas y periféricas, incluidos en lugar de honor los regionalistas y nacionalistas de todos los colores. Son la cara (o la voz) visible en todos los medios de comunicación, desde los periódicos más leídos a la útima emisora de radio. No me refiero, claro, a aquellos pobres diablos que, en virtud de su escaso cociente intelectual o su impostada o verdadera extravagancia, labraron sus fugaces y ruinosas famas a costa del inexplicable interés por ellos de gente como Alfonso Arús, Javier Sardá o Jesús Quintero, ilustres heraldos de un género que ha pasado a constituir el noventa por ciento de las horas televisivas, no sólo en los programas dedicados enteramente a ellos, sino también en los informativos generales o, especialmente, se me ocurre hoy, en los deportivos.

Hablo de esos otros trolls reconocidos y escuchados, ignorantes supinos o por el contrario poseedores de amplios conocimientos poco aprovechados que han hecho de su astucia y su cinismo la base de su dudoso éxito. Dudoso fundamentalmente porque no ha sido conquistado por méritos propios, más allá del hecho de haber sido los primeros en intuir la deriva o colonizar la tierra quemada que hemos dejado a nuestras espaldas. Aunque es dífícil, realmente, discernir si la creciente estupidez ambiental, la bobería pusilánime y el buenismo a los que se refería el puto amo en su post de despedida han sido el caldo de cultivo en el que han medrado o la sopa podrida que ellos han cocinado y en la que todos chapoteamos tan alegremente. Parece un caso evidente de retroalimentación elemental. En cualquier caso, hemos dejado que nos la metan hasta el fondo sin pedirnos permiso porque verdaderamente todos estamos cansados, demasiado aturdidos para ponerle objecciones a la primera persona que nos sonríe en todo el día o a quien, por el contrario, ladra por nosotros contra objetivos concretos y verificables de esos que no obligan a pensar, que es en definitiva lo que más agota: el equipo o el partido político adversario, el tibio sol o la blanca luna.

Quienes, de entre ellos, no cuentan con inteligencia ni espíritu suficientes para desplegar perfidia y desfachatez, han hallado consuelo y refugio en un feudo que permite disimular carencias y cobijarse en el anonimato: internet. El bueno (este de verdad) de Mandarin Goose trajo a un blog en el que ambos somos contertulios un pequeño párrafo rescatado de una web nortemericana dedicada a la economía y la tecnología, fundamentalmente; se trata del breve escrito con el que se invita a los visitantes a participar en los comentarios de la web, probablemente una pequeña obra maestra del sarcasmo y la ironía en la que cualquier navegante habitual de la red se reconocerá, bien como protagonista o bien como observador; no tiene desperdicio, de manera que me permito transcribirlo ahora íntegramente: “Por favor, use el espacio para los comentarios con el fin de demostrar su propia ignorancia, su desconocimiento de los datos empíricos, su capacidad para repetir consignas demostradamente falsas y su falta de respeto por el conocimiento científico. Asegúrese también de crear ‘hombres de paja’ [múltiples nicks] y de argumentar contra cosas que nosotros no hemos dicho, ni siquiera insinuado. Cualquier irrelevancia que pueda aportar será muy apreciada. Finalmente, tenga la amabilidad de olvidar cualquier rastro de educación en su disertación. Usted es, al fin y al cabo, anónimo.”

En este blog que leen ahora hay un tijeretazo de la censura. De la más cándida de las autocensuras, para ser exacto. Lo cuento porque lo considero ilustrativo en varios sentidos y además porque la inmensa mayoría de ustedes, lectores, no conocen la anécdota. Empecé a transcribir mis cintas precisamente en Divinas y Hermosas, a sugerencia de la dueña del blog. Fui bien recibido en el primer escrito que publiqué allí, el que ahora pueden ustedes leer aquí transformado en la página de presentación Sobre Albert y el blog. Pero ya en la segunda de esas transcripciones, la titulada Isabel, que también pueden repasar en este otro atajo, sufrí el ataque furibundo de genuinos trolls disfrazados de gente normal. Todo a cuenta de una ingenuidad por mi parte; antes de hablar de mi querida Isabel, en ese post hacía una pequeña reflexión acerca de un método para relajarse que incluia como ingrediente una meditada paja basada en las propias fantasías; en mi caso, citaba expresamente a mi vecina del quinto, a Scarlett Johansson y, oh cielos, a una conocida contertulia de la sala de chat de la que ese blog tomaba buena parte de sus escribientes y lectores. No soy partidario de descubrir las tripas de la máquina ante los espectadores, pero lo haré con el único fin de terminar la historia: sólo se trató de un pequeño truco de escritor pequeño, de un guiño a los lectores a cuenta de la única mujer que conocía en esa sala, con la que había cruzado unas cuantas frases dentro del chat y cuyo sentido del humor, por lo que recordaba, era más que suficiente para detectar que aquella cita respondía únicamente a una intrascendente y blanquísima broma. Ustedes son sin duda lo suficientemente perspicaces para que no resulte necesario aclarar que, por supuesto, me equivoqué rotundamente. La interesada amenazó con denunciarnos a mí y a la editora del blog ante la autoridad competente (Blogger), comunicó al mundo entre aullidos de dolor que aquellas cuatro palabras mal contadas que le había dedicado en mi post habían acabado con su vida en internet (toda su vida, probablemente) y que se retiraba a a sus aposentos para lamerse en silencio las heridas que mis infames palabras le habían causado. Ante aquel increíble ataque de histeria enloquecida que, además, amenazaba con llevarse por delante a la inocente dueña del blog, decidí retirar de mi escrito la media frase que hacía alusión a su persona, a la que, por supuesto, no tengo el gusto de conocer en modo alguno. Creo que tampoco es necesario que les aclare que, evidentemente, no cumplió con sus dramáticas promesas de hacer mutis por el foro (me cuentan que más de un año después sigue recordándome cariñosamente en los lugares que frecuenta) ni de guardar silencio: apenas al día siguiente de que yo diese por zanjado el asunto censurando mi propio escrito, me dedicó, con ayuda de la que le agitaba el árbol y sus txistularis, un larguísimo post lleno de mentiras, agravios e insultos propios de una auténtica enajenada.

Aquella señora era una fiel votante del PSOE, partido al que defendía con uñas y dientes en cualquier circunstancia. El dato viene a cuento por otra pequeña anécdota sucedida hace apenas unas semanas: la segunda amenaza de denuncia en internet, esta vez cumplida, la sufrí el primer y único día en que decidí participar en los comentarios a las noticias de la edición digital de un periódico, en esta ocasión con una observación estrictamente política sin ningún tipo de connotación personal. Se trataba del diario Público, que jamás volveré a visitar no por aquella denuncia que, dicho sea de paso, ignoro en qué consiste o qué efectos prácticos puede tener, aunque supongo que ya ha pasado el tiempo suficiente para descartar que el director del periódico se presente en mi casa para proceder a leerme mis derechos y detenerme, sino porque, sinceramente, me asquea el contacto con lo que Antonio Elorza, uno de nuestros mejores analistas políticos, llamó tan acertadamente “fascismo rojo”. Y es que, en definitiva, resultará que los trolls que nos gobiernan, los que pretenden hacerlo, los que nos desinforman de todo ello o los que pasean por la calle o por internet no son más que una moderna actualización de la bendita imbecilidad y el temible totalitarismo, rojo o negro, de toda la vida. Sobre todo si, como suele ser norma, van de la mano. Tengan cuidado ahí fuera.