Laura

Muy bien, ya estoy contigo. ¿No has desayunado, verdad? Contesté que no, que no había tomado ni agua y eso le provocó una sonora carcajada que me desconcertó y retumbó en toda la sala, los presentes debieron creer que le había contado la historia más divertida del mundo. Hombre, agua puedes tomar, y es incluso aconsejable en tu caso, pero ya va bien, no te preocupes. Mientras se acercaba a grandes zancadas empujó de paso un taburete rodante con tal precisión que ambos llegaron perfectamente coordinados a mi altura; se inclinó para sentarse sin mirar siquiera, seguro de que el taburete se detendría a tiempo para encajar limpiamente en su culo. Un tipo enorme de manos gigantes, un cincuentón de gestos tan precisos como enérgicos que transmitían confianza de inmediato. No me vino mal, en teoría no era probable ningún hallazgo significativo pero esa mañana me levanté de la cama pensando en la prueba, absurdamente aprensivo. Si había algo, aquel tipo lo encontraría. Buen costurón ¿quién te operó? Le dije el nombre del cirujano, sonrió complacido como si ya intuyese la respuesta. Se ajustó las gafas mientras extendía el gel por mi vientre, el puñetero ungüento estaba frío como el hielo. Bien, vamos allá. Desde ese momento no dijo un sola palabra ni hizo un mínimo gesto, miraba el monitor mientras deslizaba la sonda por mi costado, a veces la detenía y apretaba contra la carne, en esos momentos de pausa me desesperaba su expresión indescifrable, temía que algo malo se hubiese revelado y lo estuviese estudiando en profundidad, pero poco después el aparato continuaba su camino aliviando mi recelo. En algún lugar entre el ombligo y el pubis -aquello me extrañó, nunca desde el accidente habían explorado esa zona- hizo la pausa más larga y empujó la sonda con fuerza, como si pretendiese incrustármela en aquel punto. Los ojos clavados en el monitor, sin pestañear siquiera, un minuto largo de angustia para mí que aumentó cuando abrió la boca y pronunció secamente un nombre en voz muy alta para que alguien lo escuchase al fondo de la sala: “¡Laura!”. Laura era sin duda la experta del Hospital en cosas entre el ombligo y el pubis, Laura confirmaría los negros presagios que yo ya adivinaba en los inexpresivos ojos del médico, Laura venía a dictaminar que sí, que allí había algo fuera de sitio, desgarrado o colgando y que aquello no tenía remedio. Apareció asomando apenas el rostro detrás del biombo. ¿Sí, doctor, me llamaba? Dios, era demasiado joven y demasiado guapa, qué cruel ironía, un médico experimentado necesitaba a una estudiante con pinta de pardilla para certificar mi próxima defunción. Siéntate, ven a ver esto, le dijo sin mirarla ni apartar un instante los ojos de la maldita pantalla. La estudiante acercó despacio otro taburete y lo calzó cuidadosamente antes de sentarse al lado del doctor. Mira, mira, aquí se ven muy bien, le anunció apoyando uno de sus dedazos en el monitor. “Aquí”, dijo, como si yo fuera un lugar, un punto en un mapa o un territorio y no un moribundo necesitado de consuelo. “Se ven”, había dicho, detecté inmediatamente el plural, debajo de mi ombligo no había una sino varias cosas fatalmente deterioradas o cambiadas de sitio. ¿No te importa, verdad? me dijo el médico sin apartar el dedo del monitor, para que Laura no perdiese la referencia. Importarme qué, me pregunté ¿morirme? Pero no llegué a verbalizarlo, Laura apretó emocionada contra su pecho las carpetas que traía, abrió mucho los ojos y la boca como si acabase de avistar tierra: ¡Sí, sí, sí, las veo, las veo! Estas dos judías, dijo el médico gigante con la solemnidad de quien transmite un conocimiento ancestral, son las vesículas seminales de este señor. Te dije que tarde o temprano te encontraría unas, continuó, y aquí las tienes, la vejiga está vacía y es más fácil. Prueba tú, solo es cuestión de paciencia y  pulso. La fue guiando, instruyéndola sobre el modo de mover el aparato para encontrar las benditas glándulas hasta que ella misma fue capaz de hallarlas. Mientras Laura seguía absorta en su recién adquirida habilidad, el doctor enorme me alargó pañuelos de papel para limpiar el gel y luego se levantó de un salto, dio un empujón al taburete y se fue a por el siguiente paciente. Antes de desaparecer detrás del biombo alzó un dedo, dándome la espalda mientras caminaba: Ah, y lo tuyo sigue perfecto eh, todo dentro de la más estricta normalidad.

Agua milagrosa

A Mónica nunca le gustaron especialmente los niños. Pero ella sí, ella siempre les gustó a ellos. Y tanto. Quizá porque el platino extraordinario de su cabello, el color de sus ojos o su fulgor habitual alumbra en las miradas infantiles a remotas princesas o hadas benignas. O tal vez porque sus gestos, sus rasgos o su voz remiten a un atractivo salvaje o primario que ellos perciben de un modo distinto que los adultos. Si está de buen ánimo les sonríe, juega con ellos o se divierte comprobando cómo les hipnotiza su simple presencia, pero si no es el caso, esas miradas insistentes y exploradoras llegan a fastidiarla. Ya estamos, otro que se cree que voy a concederle tres deseos, solía susurrar entre dientes en esas ocasiones. Aquel atardecer de junio, el aroma de las flores, el aire terso y la inaudita belleza del lugar invitaban al buen humor, y además estaba tan acostumbrada a que los críos se rindieran ante ella que no dudó en dirigirse a la niña. Apenas un mico, tres o cuatro años, un cuerpecillo macizo, la cara redonda y el pelo de un rubio tan desacostumbrado como el de la propia Mónica. Llegó a la plaza con otra docena larga de niños a los que una profesora trataba de mantener unidos, y en cuanto dobló la esquina echó a correr hacia la fuente de cuatro caños. Traía la cara y el vestido embadurnados de un rojo chillón y pringoso, como si en lugar de la golosina que llevaba en la mano hubiese devorado sangre y carne cruda. La maestra la llamó por su nombre, pero aquella rubia se desentendió de ella y se encaramó en la fuente hasta alcanzar el primero de los chorros de agua cuando nosotros bebíamos de los otros caños, la ascensión por las empinadas calles hasta la plaza nos había dado sed, aunque aquel agua, tan fresca y limpia, se bebía sin ganas. Mónica soltó una carcajada al ver el aspecto de aquella pequeña vampira y su escapada hacia la fuente. Sacó pañuelos de papel del bolso, se los enseñó a la profesora, que asintió aliviada por la inesperada ayuda, y se dispuso a lavarle la cara. Pero cómo te has puesto así, muchacha, le decía riendo. La niña no contestó, ni la miró siquiera, y mucho menos permitió que le acercase la mano. Cada vez que Mónica, divertida, hacía un intento para que se dejase asear, la rubia apartaba bruscamente el rostro y cuando creyó que la intrusa se había dado por vencida, metió la boca debajo del chorro como un animal sediento. Mónica no dejó de hablarle, de tratar de convencerla de que necesitaba adecentarse, una niña tan guapa no puede ir tan sucia por la plaza más bonita del pueblo, déjame que te limpie la cara por lo menos. Pero la niña no estaba de buen humor, ni aquella señora tan rubia como ella le parecía hada ni princesa, de modo que por fin apartó la boca del chorro, la miró muy fijamente y le gritó algo, tres o cuatro palabras que Mónica no entendió, ni yo tampoco. Llevábamos dos semanas viajando por la sierra de Cádiz, el tiempo suficiente para darnos cuenta de que si hablan demasiado deprisa no resulta fácil entender a aquella gente, menos aún a una mocosa que encima estaba irritada. ¿Qué has dicho? le dijo Mónica riendo, y la niña volvió a clavarle los ojos. Abrió mucho la boca y se lo repitió, sílaba a sílaba y bien alto, pensando sin duda que aquella señora, además de pesada, era sorda o tonta: “¡En bebiendo me ze quita!”. Luego se alejó corriendo calle abajo junto con los demás colegiales, perseguidos por la profesora. Mónica se quedó mirando el chorro de agua cristalina, pensando en voz alta que por aquel desagüe se iba también un trocito de su aura de princesa de cuento.

Un cigarrillo

Extremeña o manchega del sur, o tal vez murciana, seguro que me lo dijo pero no grabé ninguna cinta con su nombre ni recuerdo el detalle, aunque sí su acento fronterizo, andaluz no consumado. Vivía sola en un apartamento minúsculo en un séptimo piso, el último de una finca antigua en Arganzuela, varios trasbordos diarios en metro hasta la Facultad o el Hospital los días de prácticas. A mediados del pasado agosto, las paredes verdes del dormitorio sudaban el calor de todo el verano. En una de ellas, la de enfrente de la cama, colgaba de una par de chinchetas una estampa de no sé qué Virgen, la patrona de su pueblo o de su comarca. Me da suerte, la llevo a todas partes y bueno, un poquito de devoción sí le tengo, le rezo antes de los exámenes y en los primeros días de prácticas, ahora ya no tanto. El gel caliente se le licuaba sobre el vientre y los pechos -menudos, morenos, durísimos- mezclándose con el sudor. Mientras le alargaba pañuelos de papel para que se limpiase, me pregunté si la mañana en que descubrió mis vesículas seminales habría rezado también al cartoncito de la pared. Dormí tres noches con Laura en aquel horno verde, la ventana abierta al patio interior apenas refrescaba pero acabamos cada una de ellas lo suficientemente rendidos para no despertar hasta el amanecer. La última noche que pasé allí nos quedamos sin tabaco sin darnos cuenta, ella no fumaba mucho y yo lo estaba dejando, pero por entonces aún no podía renunciar al primero del día con el café. Antes de dormir, quedó un único cigarrillo que Laura me cedió para la mañana siguiente. Desperté antes que ella, me levanté y busqué el paquete, estaba en la mesa del salón, donde lo habíamos dejado antes de dormir, pero abierto y completamente vacío, sin el cigarro pactado. Vaya con Laura, se había levantado durante la noche, mientras yo dormía, y había decidido traicionar su promesa. Todas las ventanas del apartamento seguían abiertas de par en par, como bocas sedientas que apenas conseguían libar unas gotas del frescor tacaño de la mañana. Me preparé el café, y exprimía unas naranjas cuando vi tres manchas oscuras sobre la pintura blanca del marco de madera de la ventana de la cocina, asomada al mismo patio interior que la del dormitorio. Eran huellas recientes de calzado, sin duda alguna, pero cómo era posible, aquella era una séptima planta y ni Laura ni nadie podría ser tan imprudente como para encaramarse allí, expuesto al vacío, ninguna reparación o trabajo casero justificaría tal temeridad. Regresé con cierta y absurda aprensión al dormitorio, acaba de dejarla allí y allí la encontré, desnuda sobre la cama, bocabajo y muy estirada para ofrecerle al escaso frescor matutino más piel donde posarse, el sexo esponjoso entrevisto entre las curvas de las nalgas húmedas de sudor fresco, zumo recién exprimido, vitaminas para los ojos. Apenas faltaban diez minutos para que sonara su despertador. Me acerqué a ella para sumar al placer de la vista el olor de los poros abiertos, protestó levemente al sentir mis dedos cabalgando sus muslos y mi boca recorriendo la espalda. Déjame follarte, anda, que creía que te habías tirado por la ventana. Bendito verano.

Eliana

A Mónica no le gustó nada que no fueras a verla al hospital. No lo dijo así, qué conste, pero cuando me contó que no habías ido lo hizo con esa sonrisa mustia que se le pone con los disgustillos, ya sabes. Trató de imitar ese gesto sin mucho éxito, solo le salió una mueca torpe, al fin y al cabo Julio el comunista, a sus treinta y muchos, no deja de ser uno más de los niños fascinados por la princesa de cuento. Yo solo te lo digo, compañero. Me llama con frecuencia “compañero”, especialmente cuando se dispone a amonestarme o acaba de hacerlo. No me des otra vez el coñazo con lo mismo, Julio, la llamé a la habitación el mismo día que nació la niña, y un par de días después me mandó una foto por whatsapp y le contesté y le dije que muy guapa y que me pasaría a verla y me dijo que vale, así que ya iré a su casa cualquier día de estos. Ya hombre, pero es que la cría ya tiene mes y medio, y la conocemos todos menos tú y estás quedando de puta pena. Yo solo te lo digo, compañero. Esa misma tarde, hace apenas una semana, llamé a Veva para pedirle que me diese pistas sobre el regalo apropiado para su nueva hermana. Ropa, me dijo, crece muy rápido. Y es monísima, tienes que venir a verla, me parece que mi madre ya está un poco enfadada contigo. Guardó silencio un instante y después lanzó una pregunta que no lo era: ¿Sabes cómo se llama, verdad?

El mapa y el territorio

Te juro que no soy sonámbula, yo no me fumé tu cigarro. Aún desnudos, la conduje de la mano hasta la cocina para que mirase las huellas del marco de la ventana. Al verlas se llevó las manos al pecho y con el escaso resuello que le dejó el susto nombró a la virgen de las chinchetas mientras se santiguaba. Revisé el apartamento, no detecté señal alguna de que alguien pudiese haber entrado ni en un primer vistazo eché nada a faltar. La puerta de la calle estaba intacta, perfectamente cerrada. La abrí. Sobre el felpudo había un bolso de mujer que Laura reconoció inmediatamente como el suyo. Mientras ella revisaba su bolso invocando repetidamente a su virgen, yo busqué el mío, una especie de bandolera pequeña que suelo usar en verano. En el suyo no faltaba nada, pero mi mochila no estaba donde la dejé, ni en ninguna otra parte dentro de la vivienda. Alguien había entrado inverosímilmente por la ventana de un séptimo piso y había salido por la puerta llevándose únicamente un cigarrillo y los dos bolsos, abandonando inmediatamente después el de Laura. Eché de menos el puñetero cigarro. Dentro de la mochila estaba mi cartera con las tarjetas, el carné de identidad, el de conducir y pocos euros, las llaves de casa y del coche, mis gafas de sol de estar guapo, un pendrive y una novela que apenas empezada me estaba fascinando, Olga acababa de volver a Rusia dejando a Jed sumido en el desconcierto, fue la pérdida que más lamenté de inmediato, aunque solo tuve que volver a comprarla y sin embargo recuperar todo lo demás me costó días de fatigosos trámites, previa denuncia en comisaría. Por la tarde llegó la policía científica. En apenas diez minutos dictaminaron: las ladronas eran ya conocidas, dos crías menores de edad que estaban dando palos semejantes por todo el barrio aprovechando las ventanas abiertas de agosto y su agilidad de adolescentes. Desde la baranda del descansillo, abierto al patio interior, alcanzaron la ventana usando los tendederos como asideros, y habían vuelto a salir rápidamente, tal vez al detectar que había gente en la casa. No pudieron explicarme, sin embargo, por qué se habían llevado mi mochila despreciando el bolso de Laura. Caprichos, me dijo el policía, algo les gustó de lo que usted llevase dentro. Yo también me di el capricho de decidir que aquellas raterillas intrépidas eran fanáticas admiradoras de Houllebecq que se jugaban la vida buscando sus libros. Desde ese día, Laura rezó a su virgen cada noche antes de meterse en la cama y se empeñó en dormir con todas las ventanas cerradas. El calor insoportable apenas me dejó pegar ojo y en los ratos en que logré conciliar el sueño me asaltó una pesadilla intermitente, las niñas trataban de entrar por la ventana mientras yo fumaba en la cocina y al verse sorprendidas se precipitaban al vacío agarradas de la mano, sus cuerpos menudos abrazados durante la caída y el ruido seco del golpe contra el suelo. La tercera noche en aquella sauna decidí definitivamente renunciar a los pechos de Laura. Al amanecer le dije que estaba enamorado de otra.

Como la zarzamora por los vallados 

Quédate un rato, anda, tenía muchas ganas de que la conocieras. Y de que ella te conociera a ti. Sostenía a su hija en el regazo, bien abrazada, sentada en un sofá frente a mí. Luego te enseño la casa si quieres, voy a estar toda la tarde sola. Llevaba el pelo suelto y cuando se inclinó para hacerle un arrumaco, las puntas rozaron la cabecita de la niña. Se han enredado, tus cabellos y los míos se han enredado… Le entonó la cantiña como una nana, casi en susurros, y la cría le devolvió el homenaje riendo, agitando briosa las manos y los piececitos. Va a tener los ojos del mismo color que los míos, eso dice mi madre. ¿Te acuerdas de la muchachita de Ubrique, la de la fuente de la plaza? No sé por qué me ha venido ahora a la memoria, una rubia que no me dejó limpiarle la cara. Seguro que lo has olvidado, hace ya mil años de todo ¿verdad? Me gustaría que tú fueras igual, mi niña, le dijo peinándola muy despacio con los dedos, lo que tú quieras ser, veterinaria o princesa, o médico o policía o ladrona, pero igual de segura y orgullosa que aquella rubita. Levantó los ojos del rostro de su hija y me dirigió la mirada más dulce que le recuerdo. Anda, quédate un rato más con nosotras.

15 comentarios en “Mi vida secreta

  1. 1. Que susto.. casi casi llego a creerme que estabas embarazao…..por otra parte tu mal rato no me extraña, por dos motivos, uno es que yo creo que estudian una asignatura llamada «cara de poker para acojonar al paciente» y otro es.. que eres un tio.. jajajaj si, topicazo, pero si lo sabré yo que vivo con tres candidatos a moribundos jajajajajajaja
    2. Monica siempre me ha parecio nombre de morena, me cuesta imaginarla como cuentas..
    3. Diossss¡¡ que terriblemente irresistible eres¡¡¡ debe ser la bomba verte aunque sea de lejos… jajajajajajajajajajajajajaja
    4. Gracias, siempre.

  2. Soy fea-pediátrico en un gran hospital de referencia. Albert, la historia de «laura» y la eco a un post-politraumatismo no es creible.
    Son en realidad tus fantasías, tus perversiones con residentes, rubias de bote que, tiene razón Pepa, es impensable que se llame Mónica!!… Y lo de las vesículas seminales en una eco… Ciencia-ficción.
    Tengo que explicarte ficción-facción o llamamos a AE??

  3. Pepa, lo del embarazo fue lo único que no se me pasó por la cabeza en ese minuto angustioso, te lo aseguro. Pero ahora que lo dices, estoy echando tripilla… No me acojones. No, no puede ser, yo tomo precauciones. Topicazo por topicazo, no es que los tíos seamos más aprensivos, es que vosotras sois muy sufridas. Quejaos un poco, coño. Yo creo que la gente que la conoce se refiere a Mónica más como “la rubia” que por su nombre, y diría que hasta yo mismo la he llamado así aquí mismo alguna vez. Va a ser que lo suyo es llevar la contraria. Tomo nota de que cada vez que me llamas irresistible te partes de risa, mala persona. Gracias a ti, guapa. Un besazo castísimo.

    Muy agradecido por el diagnóstico gratuito, Ssi (bonito nick). Te equivocas un poco, pero seguro que te alegras por mí: no hubo ningún politraumatismo. Eres médico, de modo que en teoría sabes mejor que yo si la historia es verosímil o no, pero me concederás que yo, que fui el protagonista, estoy en mejor disposición para saber si es cierta. Y lo es, rigurosamente. Me has hecho sentirme con tu comentario como un pequeño prodigio de la naturaleza, de modo que he preguntado por ahí si realmente es tan raro encontrar esas vesículas en una eco y resulta, para mi alivio, que no sólo es perfectamente posible, sino que hallarlas sólo requiere un mínimo de experiencia. De hecho, basta con echar un somero vistazo en internet para confirmarlo. Soy un hombre normal, con vesículas seminales y fantasías y perversiones normales, o eso creo. No sé si te has liado un poco o yo me he explicado mal, pero Laura no era residente, sino estudiante en prácticas, y Mónica (qué le vamos a hacer, se llama así) nunca ha sido médico, ni siquiera en mis más perversas fantasías. Por cierto, que yo sepa o recuerde, sólo en una ocasión alguien puso en duda que el color de su pelo fuese natural, pero eso sí, aunque hace años, lo recuerdo muy bien porque su respuesta fue memorable, quizá esas palabras aparezcan un día por aquí en algún otro escrito. Ya lanzado, me permito una pequeña reflexión sobre el asunto de la verosimilitud. En primer lugar, no tengo mayor interés en que los lectores crean o no lo que cuento aquí; sí lo tengo, por supuesto, en que les resulte interesante o ameno. En segundo lugar, sí es cierto que hay un detalle en el texto (concretamente en el episodio de las ladronas) que no se corresponde con la realidad, pero descarté contarlo tal como fue precisamente porque, una vez redactado y leído, me pareció demasiado inverosímil -o demasiado crudo, no sé muy bien- para incluirlo en un texto como este. La realidad, ya sabes, resulta a veces abrumadora. Te agradezco el ofrecimiento para explicarme la faction-fiction, pero ya son muchos años leyendo a AE prácticamente a diario, creo que lo voy pillando. Saludos.

  4. Saludos.
    Primeritii: no voy a discutir cuestiones médicas con «28barras»; en serio, no es prepotencia; es pereza. Harta de que todoo el mundo me llame y me pregunte sus rollitos, buscados por internet y sin formación suficiente para interpretarlos.
    Respecto al resto: comprende que las fantasías con médicos-enfermeros-técnicos sanitarios ya no me ponen nada. Son demasiadas guardias en las que nos sentimos solos y pasa de todo- haces bien en tener esas perversiones, porque son reales-. Yo ahora busco itras cosas.

  5. Qué te voy a contar de AE…que en persona pierde mucho.
    Que me encantan las rubias- jamás he conocido una Mónica rubia- y la vainilla.
    Si lo piensas el nombre de «Mónica» es absurdo.. suena a marca de electrodoméstico.

    1. Virgen santa… yo tampoco he podido pasar del primer relato, cuando he visto todo lo que faltaba por leer, y bajando más me encontré con este otro pelma (Cohen), he pensado que la caña a tres como que no, que me duermo sin remisión…jajjaja

      Yo también me alegro que esa revisión no fuera a más que el canguelo inicial…

      mis saludos

  6. Qué bien escribes, Jefe. Me quedo asombrada al leer los demás comentarios… Por si vale de algo, conozco a tres Mónicas: dos compañeras de trabajo (una morena y otra pelirroja) y una muy buena amiga rubísima (y no de bote).
    Me ha encantado lo de las gafas de sol de estar guapo jejejeje.
    Besos secretos

    1. A ver… Nerea, no te asombres, yo me refería al Pelma del franchuti haciendo mención al otro pelma del post anterior (Sting), ante el cual, basofree pretendía tomar unas cañitas a tres en un post anterior.
      Que escribe bien está demostrado, que le pasan unas cosas más raras que a mi cuñada la fantástica también, y no menos cierto que tal vez cuando entramos en internet la mayoría buscamos cositas quizá más concretas, tipo power point…no se si me explico, y encontrarnos en ocasiones textos excesivamente largos hace que como es mi caso, empezara a leerlo hace días y lo termine hoy tal vez por el efecto del sol que me está pegando en el coco, no te digo yo que no….jejejeje

      En cualquier caso, para criticar una forma de escribir al menos hay que tener cierto criterio en la prosa, criterio del que como es más que notorio carezco, así que no sería muy acertado desde esa falta de criterio mio lanzar algo más que un… me gusta, no me gusta, pero no es el caso.

      Por otro lado y para meter las Mónicas que habitan mi entorno, es un nombre que asocio a una persona con una delicadeza tremenda, dulce, ingenua y más tierna que el día la madre (mónicaaa, tu nombre suena en los latidos de mi musicaaaaaaaaa)… y eso que una es morena y poco agraciada físicamente, y la otra castaña y preciosa.

      Tienen otro nexo común, hablan como si no hubieran hablado en la puta vida, me encantaría pegar aquí el blata blata que se está marcando ahora mismo muy cerca de mi una de ellas.
      Así que me dispongo a sacarla de quicio, en cuanto le dé al enter cerraré esto y sin saber realmente lo que dice, le diré que no tiene razón y que vive en el mundo de yupi…. se pondrá de los nervios por ello, al fin y al cabo son mujeres también.

      Saludos.

  7. Que no puedas leer un post un poco más largo de lo habitual pa mi que es vista cansada…que viejo estás, miguelito….
    Nota: no ha dao ná de si lo del nombrecito.. pordio..

Comentario