Angelicatas – The dungeon

Fueron, así me gusta recordarlos, los días más felices de mi vida. Al amanecer, me levanté para encender el ventilador, me demoré un instante para contemplar la curva de su espalda y regresé para tumbarme a su lado. Apoyó la cara en la mano derecha y me miró con una tenue sonrisa de curiosidad, apurando  el gintonic y encendiendo un cigarrillo. La sonrisa se le cerró un poco y se le abrió la mirada cuando por fin empezó a hablarme. Psicólogo, catalán de buena familia, cocinas mal, follas bien; ¿qué más? Le quité la copa de las manos, la terminé. Grabo cintas. La sonrisa, quizá no pudo evitarlo, se deslizó hacia la guasa mal disimulada: ¿cintas?

La conocí dos meses antes. Llegó con Itziar y Elena al bar del barrio donde nos reuníamos todas las noches, nuestro bar. Acodados en la esquina de la barra, nuestra esquina, Tinín me la señaló con un sutil gesto de los ojos, y no tuve más que seguir la dirección de la mirada embobada de Julio el Comunista para encontrarla. Sandalias, vaqueros caros y una blusa tan colorada y vaporosa como las decenas de ojos que se posaron en ella. Itziar nos saludó con un fugaz gesto de la mano mientras acompañaba al aseo a la desconocida, y Elena se acercó a nosotros para exprimir los días sin vernos con aquellos abrazos que rompían los huesos. Mientras me estrujaba, me lo susurró al oído sin que yo hubiera abierto la boca, porque a Elena y a mí nunca nos ha hecho falta hablar para entendernos: veterinaria, madre soltera, vive en Carabanchel; ni se te ocurra intentarlo, le van las tías.

¿Cintas? Se lo expliqué, le conté lo mismo que a ustedes les conté aquí. Me escuchó fumando en silencio y el humo me impidió ver con claridad el itinerario de su sonrisa, de ida y vuelta entre el asombro, el interés y la burla. Le señalé mi vitrina mallorquina y se acercó a ella, repasó despacio los nombres escritos en el lomo de las carátulas mientras yo me complacía en observar a mis anchas su cuerpo de amazona en reposo. ¡¿Itziar?!. Casi gritó con una sonrisa maliciosa cuando encontró entre esos nombres el de su amiga, el de la amiga común a quien conocimos por separado, cada uno en su momento y en su lugar. ¿Me dejas escucharla? No, le dije. A Itziar no le gustaría, y a Elena tampoco. ¿Elena? No me digas que también sale Elena. Escuchamos cualquier otra menos esa, le dije. A Mónica siempre le han gustado los retos, los juegos, las apuestas. Te lo cambio por lo que quieras, me dijo casi saltando por la impaciencia, apretando la cinta entre sus manos. Apaga el ventilador, le dije, estamos sudando y vamos a coger algo. No me escuchó. ¡Por lo que quieras, de verdad, por lo que tú quieras, por lo que me mandes!

El verano se acababa. Me levanté yo para apagar el aparato, abrí un poco la ventana para que el aire del amanecer de finales de agosto despejase los vapores de mi dormitorio y volví a correr los visillos. La voz azul de Mónica, su elegante y apacible forma de hablar, siempre consigue hechizarme, incluso por teléfono, sobre todo por teléfono, cuando hablábamos y yo estaba más pendiente de cómo lo decía de lo que realmente decía. Nunca has sabido escucharme, fue su último reproche, hace menos de un año, mientras se vestía y aguantaba el llanto. Si te dejo oírla, le dije, será solo a cambio de que tú grabes una cinta. Levantó un puño en señal de victoria. Lo que quieras, repitió. ¿Qué quieres que diga? Saqué mi grabadora de un cajón, coloqué en su interior una cinta virgen y me tumbé en la cama. Algo que nunca le hayas contado a nadie. Me miró durante unos segundos dispuesta a aceptar el reto, pensando. Se tumbó a mi lado y encendió un cigarrillo. Cuando quieras, me dijo. Me acerqué más a ella y apreté el botón rojo de mi grabadora.

Angelicatas – The favourite

“Acababa de cumplir dieciocho. Mis amigas y yo salíamos solas por Huertas, y era un mundo mayoritariamente masculino, sobre todo entonces. Nos movíamos por allí con soltura, inocentes e ingenuas, confiando en los dos o tres puntos de anclaje de los que disponíamos: algunos conocidos aquí o allá, o dueños de bares que nos invitaban a copas y que, en realidad, nos usaban como reclamo a cambio de tanta generosidad. Éramos cuatro chochitos jóvenes y les convenía mimarnos. No sé si entonces fuimos plenamente conscientes de nuestro papel de carnaza, supongo que no. El caso es que nos apuntábamos a lo que fuera: no tomábamos drogas, sólo algún porro si nos invitaban, pero sí bebíamos mucho y llegamos a hacer bastantes tonterías, e incluso alguna locura que, por suerte, no llegó a tener consecuencias serias. Esta historia está entre estas últimas.

Una madrugada habíamos acabado en un bar, con bastante alcohol encima. En este caso nos acompañaba un chaval, noviete entonces de una de mis amigas. Seguramente tuvo que ver que él estuviera con nosotras en que, tras charlar durante un buen rato con un tío bastante mayor -creo que andaría por los treinta; un anciano comparado con todos nosotros-, nos dejásemos convencer para ir a su casa. No recuerdo al tío, ni dónde estaba la casa; sólo que nos subimos a su coche y acabamos por la zona de Chamberí, en un piso bastante bonito, grande, con muchas habitaciones. Aún tomamos alguna copa más y poco a poco fuimos desapareciendo por la casa.

Yo me había ido sola a una habitación pequeña y supongo que me quedé dormida rápidamente. Me desperté al notar aire frío en mi escote, y un sonido suave; alguien estaba soplando suavemente entre mis tetas. Traté de incorporarme inmediatamente, intentando recordar dónde estaba; él entonces me retuvo, sin forzarme, empujándome hacia la cama de nuevo y abriendo mis brazos, separándolos hacia los lados de la cama. No tengo ni idea de qué me pasó; quizá el alcohol, o el sueño interrumpido. El caso es que me vi dejándome hacer, permitiéndole que me manejara.

Angelicatas – Odalisque’s dream

Empezó a abrirme la blusa despacio; paraba en cada botón y soplaba lentamente, sin tocarme. Cuando llegó a la altura de mis pantalones también abrió el botón y bajó la cremallera y siguió soplando, recorriendo cada paso sin utilizar sus manos nada más que para deshacerse de la ropa, para abrirla y apartarla. Yo me vi ayudándole a quitarme la blusa y el sujetador, y regresando sola a la postura que me pedía: los brazos en cruz, desnuda de cintura para arriba, mientras él seguía sentado, vestido, a mi lado.

Entonces empezó a lamerme desde el vientre, sin pasar en ningún momento más allá del hueco que dejaba la cremallera abierta; en ese hueco dejó la mano y de ahí fue hacia arriba, por los costados, bordeando las tetas, sin acercarse aún; siguió por las axilas, el escote, hasta llegar al cuello; lamía y soplaba y volvía a lamer, empapándome y secándome a medias. Para entonces yo estaba tan excitada que traté de llevar su mano debajo de mis bragas, pero él me lo impidió: volvió a colocarla en el vientre, y sentí que no tenía intención de cambiar de idea. En alguna parte de mi cabeza era capaz de ver las señales de alarma, una luz roja advirtiéndome de lo extraña que resultaba esa situación, del posible riesgo que estaba corriendo, de lo zumbada que estaba por prestarme a eso con un desconocido. Pero no me moví. Cerré los ojos y me concentré en percibir intensamente cada lugar que él rozaba con su lengua, gimiendo en voz baja, sintiendo una excitación tan brutal que me dolía, y aun así aceptando mi papel en el juego.

Dedicó a mis pechos mucho tiempo, quizá horas; no hubo orgasmos, sólo una extraña sensación que sólo viví aquella vez, difícil de explicar. No llegó a tocarme, ni me besó. Cuando desperté estaba sola, con la piel enrojecida y pegajosa y los pezones en carne viva. El tío se había ido dejando una nota: tira de la puerta cuando te vayas. Me vestí y nunca le hablé a nadie de esto. Sí que he recordado esa noche alguna vez, y me he preguntado qué le pasaba a ese hombre por la cabeza; era un pervertido bastante delicado en todo caso. Y en cuanto a mí, qué voy a decirte: nunca he entendido qué me pasó. Un enorme calentón sin recompensa, con un desconocido. Esa actitud tan dócil, tan sumisa, y la forma en que logró doblegarme sin esfuerzo: todo eso me resulta aún ahora asombroso. A lo mejor también tengo algo de pervertida. Tú dirás, que eres el comecocos.”

Ella misma pulsó el botón de stop y luego me miró expectante. No dije nada. Dejé la grabadora sobre la mesilla y alcé sus brazos hasta que ella misma asió con sus manos grandes las barras del cabecero de mi cama. Me encaramé a su cuerpo mineral y la penetré sin permitirle que alcanzase mi boca, que buscó en vano mientras cabalgué sobre ella. Nunca has sabido escucharme, Albert, dijo el otoño pasado conteniendo las lágrimas. Esa cinta está en mi vitrina, pero en el lomo de la carátula no escribí “Mónica”, sino las cuatro palabras que titulan este texto. Algún día, seguro, reuniré la serenidad y el coraje suficientes para grabar una cinta que lleve su nombre.

17 comentarios en “Los brazos en cruz

  1. Inquietante pero yo no he percibido el peligro del que ella habla, ni tampoco por qué no quisiste poner su nombre en la cinta grabada aunque sí tu miedo. Ciertamente el relato es de calentón, de los gordos. Muy bien, Chico Guapo.

    Un beso

  2. a mis 48 ya avanzados… hay lomos que me gustaria grabar, y siempre me da miedo hacerlo ya que cuando pasa el tiempo suspiro aliviado por saber que no lo hice.

    Saludos.

  3. jajajaja seguro que un día…escribirás un nombre en ese lomo de carátula…pero estoy segura de que no pondrá..Mónica. jajajaja
    Me encanta leerte, me ha gustado muchísimo! Ha sido excitante…y ..divertido 😉

    Besitos Albert

  4. Lunera: tú sí que me dejas sin palabras. Ya no es que las caces al vuelo, es que tengo la sensación de que entiendes lo que escribo mejor que yo mismo. Me estás empezando a dar miedo, que lo sepas. Eso sí, espero que te equivoques en ese “para siempre”. Muchas gracias. Un beso, guapa.

    Coño, un moño. Inquieto y caliente, además 🙂 El “peligro” del que ella habla se percibe sólo con dieciocho recién cumplidos, supongo, cuando estamos tiernecitos. No creo que ahora, en el improbable caso (espero) de que siga entregándose a esos juegos, también lo percibiese. Gracias. Un beso, chica guapa.

    Bonito, Marpart. Pero, como diría alguien, discrepo. Cada uno, cada una, tiene su propio lomo y decide lo que en él quiere cargar. Si pasado el tiempo la cosa duele, la responsabilidad sería, en todo caso, compartida. Abrazos.

    Invisibla, “Mónica” es un nombre bonito y créeme, le viene como anillo al dedo 😉 Me alegro de que te haya gustado y, ejem, excitado. Pero el mérito es de quien grabó la cinta, no mío. Gracias, muchos besos.

  5. simplemente te leo…. y no te preocupes,, hay pilladas que duran para siempre,, aunque «siempre» no este. y sigues con tu vida.porque lo has decidido asi .y «siempre» está ahí..lo sientes a veces..en un mundo paralaleo..otras lo tocas.. en el mundo real…. y a veces.. consigues que no duela.
    Eso he leido.. por supuesto.

  6. Lees, pero no «simplemente». Seguro que has oído hablar de ese rollete que manejan psicólogos, pedagogos y algún otro chalao de este tipo: «capacidad de compresión lectora»; es bastante útil para evaluar algunas cosillas respecto a pacientes, alumnos, etc. «Un mundo paralelo», sí, bien traído. El problema es que «siempre» y «nunca» están tan cerca a veces…Gracias, otro beso casto.

  7. yo te hablaba del mio, libreme quien tenga que hacerlo de hablar del lomo de los demas.
    hace años llegue a casa con un disco nuevo, en uno de los cortes decia Aute mas o menos asi antes de empezar:
    Albanta es un lugar que solo puede hacerse realidad en la mente de un niño….

    desde entonces siempre sueño con ese lugar digno de ser mi albanta, incluso con esa persona que lo fuera, por eso cuando pasa el tiempo me alegro de seguir teniendo intacto ese deseo, aunque a veces la cabeza diga una y mil veces que lo he encontrado y las fuerzas para negarse flaqueen…..

    solo eso queria decir, que unos tienen lomos por rellenar y otros buscan su albanta particular, me parecio un simil muy acertado que tal vez deje a medias de explicar en el anterior comentario, y es que a veces me ocurre que cuando escribo pienso que me estan viendo y que mi cara y mi gesto completa las palabras.

    un abrazo Albert

  8. Ahora entiendo mejor lo que querías decir, y no sabes hasta qué punto. Lo mejor para uno mismo, diría yo, es exactamente eso, seguir teniendo intacto ese deseo, de Albanta o de algo o alguien concreto, particular, perfectamente identificado. De lo que diga la cabeza, de las dudas que tenga al respecto, es imposble librarse, de modo que mejor no intentar despejarlas, sino aprender a convivir con ellas.

    Aute es una rotunda excepción para mí, esa que confirma la regla. No me gustan (pero ni un poquito) lo que yo llamo «aporreadores de guitarra», lo que antiguamente se llamaba cantautores, incluyendo a, pongamos, Serrat o Silvio Rodríguez, tan prestigiosos y queridos por casi todo el mundo. A Aute sin embargo lo oigo con placer, y creo que aún sería capaz de recordar las notas y la letra de «Al alba» o «Una de dos». No recuerdo haber escuchado Albanta, pero lo remediaré. Abrazos.

  9. me parece que estás utilizando el gusto musical para acercarte, tendré que darte un codazo, lo veo venir…

    suelo coger lo que me gusta solo como es normal de la música, no hago ascos a ninguna a priori é intento escuchar todo lo que puedo, pero alguna debilidad que otra si que tengo, y de estas, me suele gustar hasta lo que no debiera.
    Aute es una de mis grandes debilidades, un gran hacedor de canciones que merecen ser leídas y releídas, que eso ya es mucho decir…. aunque luego los premios españoles vayan a parar a muermos más o menos semejantes pero con menos talento y creatividad.

    Albanta no es de las mejores para rememorar, pero si ello te empuja a indagar un poco más en lo menos conocido, seguro que te gustará…..saludos y buen extrafinde.

  10. Hola Albert, te leo casi siempre que publicas, aunque no te deje comentario… Me ha gustado esta cinta especialmente, no sabría decirte porqué… tal vez porque no tiene nombre en la carátula aún.
    Hay deseos que siempre deberían quedarse en eso, en deseos. Como la experiencia de Mónica (si se hubiera materializado su deseo… ¿recordaría con la misma intensidad esa experiencia? ), como tu intención de rotular la cinta… un deseo es siempre la promesa de algo maravilloso. Si se nos cumple, corremos el riesgo de decepcionarnos.

    Un beso, Albert… (y me sigue gustando mucho tu forma de escribir)

  11. Marpart anda porfi, deja que te grabe una cinta 🙂 Con el Spotify no hace falta ni indagar, sólo escuchar: toda la discografía de Aute, o de quien sea, a un solo click: ahí la tengo, esperándome. Gracias por recordarme cuánto solía gustarme este tío. Saludos.

    Nosek, me alegro de verte por aquí. Me basta con saber que me lees: si hubiese que dejar un comentario en cada cosa que uno lee, no daríamos abasto escribiendo comentarios. Me alegro de que te haya gustado esta cinta especialmente porque yo también le tengo un cariño especial. Sí, tienes razón, probablemente Mónica recuerda con tanta claridad a ese tío precisamente porque se comportó de modo distinto al que ella esperaba y deseaba; eso nos pasa a todos, pero me atrevería a decir que quizá en mayor medida a las mujeres. En cualquier caso, es una forma interesante de verlo, un planteamiento que me gustaría trasladarle a ella misma, pero me temo que ya no habrá ocasión. Gracias. Un beso.

  12. «Amada, en esta noche tú te has crucificado
    sobre los dos maderos curvados de mi beso».

    Debe ser cosa de las magdalenas esas de Proust, pero el texto me ha «mandado» a Vallejo, pasando por Paco Ibañez. Supongo que no tienen nada que ver, pero los mecanismos mentales son así.

    Muy buen texto y excelente uso del juego de espejos: un relato de una experiencia dentro de otro relato de otra experiencia…

    Un saludo.

  13. He leído poco a César Vallejo (lo retomaré, esos dos magníficos versos tan bien traídos de ahí arriba no me dejan más remedio) y no he escuchado prácticamente nada a Paco Ibáñez (pero esto, sabrás perdonarme, lo voy a dejar como está). Sobre las magdalenas: me temo que a partir de cierto momento, consciente o inconscientemente, todos andamos en busca del tiempo perdido.

    Los espejos siempre dan juego, se usen como se usen. Un placer verte por aquí, Sanan. Por cierto, sales en la entrada de mañana (hoy) viernes. Gracias. Abrazos.

    1. Lo primero, aunque menos importante, es comentar que el resto del poema de Cesar Vallejo se aleja o se acerca (según que interpretación se le quiera dar), a la experiencia narrada por Mónica.

      Lo segundo, y esta vez sí, lo importante, es el ataque de ojiplatismo agudo que he sufrido al leer con sorpresa: “y no he escuchado prácticamente nada a Paco Ibáñez (pero esto, sabrás perdonarme, lo voy a dejar como está)” (sic).

      Naturalmente que sabre perdonarte esa gravísima herejía, no faltaba mas Aplicare el mayor perdón: el que usaban los santos inquisidores con sus propios herejes tras hacerlos arder alegremente en la pira (quemar, los quemaban, pero también, cosas de la caridad cristiana, a la vez les perdonaban purificándoles).

      Como los tiempos avanzan que es una barbaridad, a pesar de disponer de mechero y abundante material inflamable, no puedo aplicar la primera parte de ese mecanismo de perdón. Por tanto, y adaptándome a las nuevas tecnologías (y tras descartar, previa consulta con un Gran Sacerdote de Vudú haitiano, una Sacerdotisa de Santería cubana y con la Bruja Lola), creo que lo más apropiado es utilizar el método “carta diabólica” o “carta de los mil males”.

      Por tanto:

      “Albert, en caso de que no bajes, sin perdida de tiempo, a tu tienda de discos más cercana y compres la discografía completa de Paco Ibáñez y la escuches tres veces seguidas, atente a las consecuencias.

      Pablo no lo hizo y se le borraron todos los videos de “1, 2, 3 responda otra vez” que tenia atesorados.

      Manuela ignoro la carta y su colección completa de Corín Tellado desapareció en una pavorosa inundación de aguas fecales.

      Enrique se rió del texto y su sobrino pequeño repinto todos y cada uno de los sellos de su álbum de “raros, nuevos y valiosos”.”

      Espero que aprecies la magnanimidad de mi gesto (como todos los grandes hombres de la historia: Alejandro, Cesar, Ronaldo, Clooney, etc., comparto ese rasgo de carácter. Aunque debo decir que con Clooney además comparto aspecto físico) y esta tu última oportunidad de salvar tus cintas para la posteridad.

      Como siempre un placer y, Albert, ya sabes, “A galopar”.

      Un saludo.

  14. “Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos;
    ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
    los dos nos dormiremos, como dos hermanitos”

    Uff…no lo recordaba, no reconocí el poema por los primeros versos, pero me he quedado helado al leer los últimos: los he oído recitar en más de una ocasión, en voz baja. Gracias (o no) por devolvérmelos a la memoria.

    ¿Qué importancia tiene que te quemen vivo si con ello consigues la absolución divina? Por supuesto que aprecio tu gesto a lo Alejandro. En justa correspondencia, acabo de acudir a Youtube y he escrito en la casilla de búsqueda: “Paco Ib…” De ahí no he podido pasar por el momento, pero apelo a tu demostrada magnanimidad para acabar de purificarme: me has acojonado seriamente con las truculentas historias de Pablo, Manuela y Enrique.

    Muy oportuna esa alusión a tus semejanzas físicas con Clooney: empezaba a verte con la cara de Paco Ibáñez. Abrazos.

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